A veces luchamos para vencer un pecado persistente. Este artículo nos enseña el secreto de cómo conseguirlo y ser libres de sus consecuencias.
La Biblia no hace distinción de pecados. Simplemente dice que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. (Romanos 3:23)
También dice que “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” (Isaías 59:2)
Aunque en este último versículo está hablando a Israel, tenerlo en cuenta nos permite aprender sobre una realidad espiritual importantísima: cuando una persona peca, y todos hemos pecado, queda apartada de Dios y Dios no lo oye.
Al morir Jesucristo en la cruz, pagó por TODOS los pecados de TODA la humanidad para SIEMPRE. Por eso dijo “Consumado es.” (Juan 19:30)
Por lo tanto, no existen para Dios pecados pequeños o grandes, veniales o mortales. ¿De dónde sacamos pues lo de “pecados persistentes”?
Definiendo qué es el Pecado Persistente
Es una forma de definir algunos pecados que persisten en nuestra vida, aun cuando hemos rendido nuestras vidas a Cristo, creyendo en Su obra expiatoria en la cruz.
En teoría, cuando una persona entiende en su espíritu que:
- ha pecado, es decir, ha infringido la Ley de Dios,
- merece la condenación eterna,
- no tiene nada con qué pagar por su pecado y
- Jesús sí pago por ella
es transformada en su interior.
Es decir, esa persona pasa a aborrecer el pecado, porque comprende en su interior y no solo intelectualmente, que Jesús pagó un precio altísimo para borrar el pecado y poder así reconciliarla con Dios.
Lo que pasa es que Dios nos perdona los pecados. Dice la Biblia que los olvida y borra por la sangre de Cristo derramada en la cruz.
Pero las consecuencias del pecado muchas veces persisten.
Consecuencias del pecado
Por ejemplo, la existencia de un hijo concebido en adulterio o fornicación, un matrimonio roto, un despido de la empresa por robar, una parálisis por un accidente a causa de conducir borracho, etc.
Sí. Conducir borracho es pecado porque se pone la vida de otras personas y la nuestra propia en riesgo y no tenemos ese derecho, además de que los borrachos no entrarán en el Reino de los cielos, según dice la Biblia.
Todos nosotros, antes de venir a Cristo, arrastrábamos prácticas pecaminosas y a veces nos resulta relativamente fácil dejar de practicar el pecado en muchos aspectos, pero con frecuencia hay algún pecado que no conseguimos vencer.
A eso llamo yo, no la Biblia, “pecado persistente”.
¿Qué mal hay en persistir en la práctica de un pecado?
¿Cuál es la consecuencia de seguir practicando un “pecado persistente” aun después de haber sido reconciliados con Dios?
La Biblia nos dice que satanás vino a matar, robar y destruir, mientras que Jesús vino para que tuviéramos vida en abundancia. (Juan 10)
La Biblia también dice algo muy importante:
satanás nunca abre la cárcel a sus presos. (Isaías 14:17)
¿Quiere eso decir que, aunque creamos a Cristo seguimos siendo prisioneros de satanás? ¿Tiene satanás más poder que Cristo?
Definitivamente, ¡¡¡no!!!
Dice la Biblia que “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)
¿Cómo es pues que un cristiano puede vivir todavía atado a un “pecado persistente”?
Aquí entra el factor “libre albedrío”. El libre albedrío es el don más valioso que Dios ha dado al ser humano, ya que le permite elegir en pequeñas cosas y en las grandes. Incluso en la más importante, que es decidir si creer o no a Cristo para salvación.
Aunque la persona haya recibido a Jesús como su salvador, si persiste en elegir practicar un antiguo pecado, seguirá exponiéndose a que satanás lo siga teniendo prisionero y por lo tanto, seguirá sufriendo las consecuencias del pecado.
Por ejemplo, una persona que es adicta al juego o al cigarrillo y que sigue alimentando esa práctica, está dando lugar a que satanás siga aprisionándola. Y seguirá sufriendo las consecuencias de su pecado.
Libre para NO pecar
Aunque esa persona tenga la libertad para no pecar, conforme explico en mi artículo “Libre para NO pecar”, si sigue decidiendo practicar el pecado, seguirá prisionera del mal que le trae ese pecado. El enemigo jamás abrirá la puerta de esa prisión para que la persona disfrute de la vida abundante que Cristo le proporcionó con Su sacrificio en la cruz.
Desde la perspectiva de la persona, seguir practicando ese “pecado persistente” es imprudente y temerario ya que, en vez de vivir como una verdadera hija de Dios, vive como la antigua esclava de satanás que era.
Desde la perspectiva de Cristo, es mucho más serio, ya que, aunque la persona haya decidido creer a Cristo y recibir el beneficio de ser hecha hija de Dios, al seguir sometiéndose al yugo de un “pecado persistente”, está mostrando amar más al pecado que a Cristo y eso es como pisotear su sangre derramado para redimirla.
El Señor pagó un precio altísimo por darnos la libertad del yugo del pecado y lo mínimo que podríamos hacer, si lo amamos, es aborrecer el pecado.
Algunos dirán que no tienen fuerzas para dejar ciertas prácticas muy arraigadas.
Pero eso ya no debe ser problema para una persona que verdaderamente se ha rendido a Cristo. El apóstol Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13)
Cuando venimos a Cristo ya no estamos solos. Tanto el Padre, el Hijo como el Espíritu Santo vienen a habitar en nuestro interior.
Así que tenemos la ayuda divina para vencer cualquier pecado. Pero todo empieza porque hagamos una sencilla decisión básica: querer de verdad abandonar el pecado.
Jesucristo, fuente de TODO poder
Cuando de verdad decidimos abandonarlo y oramos a Dios invocando ayuda, Él siempre acude a nuestro socorro.
“Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Hechos 2:21)
La salvación no solo es la salvación de la condenación eterna, sino de todo tipo de esclavitud a la que nos somete satanás cuando pecamos.
Nosotros damos el primer paso y el Señor nos proporciona todo lo demás que necesitamos para abandonar el “pecado persistente”.
El primer paso es que, cuando sintamos la tentación de volver a practicar ese pecado, nos apartemos de él sin pensarlo dos veces. Si pensamos en la magnitud de lo que nos proporcionó el Señor al morir en la cruz y realmente nos sentimos agradecidos, podremos dar ese primer paso. Será una muestra a Él de que ahora nos importa más el Señor que el pecado.
Es como cuando nos enamoramos de una persona y cambiamos nuestras prioridades para agradar al máximo a esa persona, abandonando cualquier cosa que nos aparte de ella.
Otra cosa que demostramos al dar la espalda al pecado, es que lo respetamos, que realmente queremos ser nuevas criaturas y lo más importante tal vez: que creemos realmente que Él es poderoso para librarnos de todo mal.
El mayor mal y una decisión a tomar
El mayor mal al que estamos expuestos es el pecado dominándonos desde dentro.
Cada vez que nos veamos frente a la decisión de practicar o no ese “pecado persistente” y que lo rechacemos, seremos más fuertes.
Ahora te dejo algunos versículos sobre los que debes meditar:
“Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11:6)
Decidir abandonar el pecado es una muestra de fe.
La mayor batalla se da en el alma (intelecto, voluntad y sentimientos). Para ello, la Biblia nos enseña cómo vencer las tentaciones de satanás: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7)
Si con sinceridad has creído a Cristo y lo has recibido como tu Señor y Salvador, entonces tienes el poder para NO pecar. Basta que DECIDAS llevarlo a cabo. Si lo haces, las puertas de tu prisión se abrirán y, cada vez que vuelva satanás a tentarte, será de forma más débil, hasta que se aparte de una vez.