Hubo un momento en el que Jesús enseñaba y sus palabras les parecieron duras a los que lo escuchaban. Incluso algunos discípulos tuvieron dificultades en aceptar lo que les decía. (Jn. 6)
En ese momento se ve en Jesús una manifestación impresionante de carácter recto y fidelidad a la verdad.
Muchos «ministros» de nuestros días, en ese momento, hubieran suavizado el mensaje y acomodado las cosas, para no perder seguidores. En los días que corren, el éxito de un ministerio se mide por el número de seguidores, que equivale a la cantidad de diezmos y ofrendas que recogerán.
Pero, volvamos a Jesús. Sin dudar, les preguntó si ellos querían irse también. Eso se lo estaba preguntando a hombres con sus debilidades y dudas. Se arriesgaba a quedarse plantado, solo y a perder todo el tiempo invertido anteriormente en esos discípulos.
¿Qué hubiera pasado si los discípulos le hubieran dado la espalda? Los fariseos y saduceos sin duda disfrutarían mucho y rentabilizarían su «fracaso». Acordémonos que lo odiaban porque el Señor ponía siempre en evidencia su hipocresía.
¿Hubiera perdido entonces Jesús su autoridad frente al pueblo?
No lo hubiera hecho porque el irse hubiera dependido de la debilidad y miedo de hombres, pero Jesús no habría fallado en decir la verdad.
Quien dice la verdad siempre permanece. A Juan el Bautista lo mataron con poco tiempo de ministerio, pero nos sigue hablando tras dos mil años.
¿Cómo quedó esa mujer que lo hizo matar? Como una patética adúltera más entre tantas.
Pero Jesús no se detuvo en esas consideraciones. En ese momento puso a prueba la fe de los que le escuchaban y los que fracasaron fueron los que se apartaron de Él.
Muchas veces nos pasa que nos «bendice» mucho el que nos entreguen una profecía diciendo cuánto nos va a «prosperar» Dios. Y si esa «profecía» nos la dice un/a famoso/a profeta/isa internacional, en medio de mil personas, nos «bendice» todavía más.
Conozco a un pastor que va por ahí con una tarjeta en el bolsillo, en donde escribió la «profecía» que le había dado una famosa del mercadeo «profético» y la saca con frecuencia a relucir, anunciando con satisfacción que esta es la «profecía» de «fulana de tal» para mí. Es decir, ni siquiera es lo que le dijo el Espíritu Santo, sino la tal «profetisa» famosa.
Ah… pero otra es la actitud cuando el Espíritu Santo nos redarguye de pecado o muestra alguna cosa en nuestra vida que debe ser cortada radicalmente.
Cada vez que Dios nos confronta con algo en nosotros que debe ser cambiado, «se arriesga» a perdernos. Nos confronta a nuestro corazón y nos hace considerar si de verdad le creemos, amamos y tenemos fe en lo que dice.
Si fallamos en seguir a Cristo porque hemos sido confrontados, entonces Dios no nos ha perdido, sino que nunca habíamos confiado en Él de verdad.
El gran éxito en este pasaje fue el de Pedro, quien bajo revelación del Espíritu Santo, contestó a Jesús: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.» (Jn 6:68)
Y a seguir manifiesta la fe fundamental para nuestra salvación: «Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Jn 6:69)
Finalmente afloró el brote de la semilla que había sido plantada en su corazón: Jesús era el Mesías prometido, el Hijo de Dios que había sido dado para la redención del hombre.
Medita en esto: Hb. 12:5-7.
¿Cómo responderías si Jesús te dijera algo que no te gustara? ¿A quién sigues: al que predica lo que quieres escuchar o al que te desafía con sus predicaciones?