Jesús es Dios. Por Él y para Él fueron hechas todas las cosas, incluido el ser humano. Es decir, tú y yo fuimos hechos por Él y para Él.
Él le dio al ser humano un lugar especial en la creación, haciéndonos a Su imagen y semejanza y poniéndonos a cargo de la Tierra. Notemos que Dios ordenó que cada cosa se hiciera, como la luz, las aguas, los animales, etc. Pero en el caso del hombre, Dios lo moldeó con Sus manos y luego sopló en él el aliento de vida, es decir, espíritu vivo desde Su Espíritu.
Después de ello, el hombre y la mujer pecaron y cuando Dios les dio la oportunidad de arrepentirse, la desperdiciaron. Pero Dios siguió mostrando Su especial trato con el ser humano y estableció el rescate: sangre inocente derramad en pago por el pecado.
Durante los siguientes 4.000 años Dios envió a profetas que hablaron de quién y cómo sería el Cordero del sacrificio, para que nadie tuviera dudas.
Vino pues el Hijo Amado, el Cordero de Dios, y derramó Su preciosa sangre en la cruz, para pagar el precio por el pecado del ser humano. No había nadie más que cumpliera el requisito: ser limpio de pecado.
Para y piensa cuán importante es para el Padre y para el Hijo el que el ser humano sea restaurado en su relación con Dios. Es tan valioso como la vida de Su Hijo Amado.
Ahora sigamos.
Cuando Jesús vino, y antes de entregar su vida en la cruz, se pasó el tiempo mostrando a la gente el Reino de Dios e invitando a todos al arrepentimiento. Empezó predicando «Arrepentíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado». (Mt. 4:17)
Esa fue su predicación todo el tiempo, y la única orden que dio a la Iglesia presente justo antes de ser arrebatado, fue: «id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.» (Mt. 28:9-20)
En toda la Biblia, inspirada por el Espíritu Santo, se nos manifiesta que la preocupación del Padre es la restauración del hombre para que se vuelva a relacionar con Él.
Por eso, y por nada más, murió su Hijo Amado.
No se sabe por qué misterios de Su bondad y generosidad, Jesús, quien es el Cabeza de la Iglesia, nos dio a los que Le seguimos el privilegio de colaborar con Él en difundir las buenas noticias. El Espíritu Santo nos capacita para hacerlo por medio de los dones espirituales.
Pero quiero enfatizar algo de lo que a menudo nos olvidamos:
- Somos salvos, hechos hijos de Dios y parte del Cuerpo de Cristo, por SU misericordia y sacrificio.
- Somos llamados a participar en la difusión de las buenas noticias por SU llamado y gracia.
- Somos capaces de hacerlo porque SU Espíritu Santo nos da el poder para testificar de SU Reino.
- Recibimos la potestad de sanar enfermos y de expulsar demonios por SU decreto y poder.
Pero a menudo, falsos ministros nos han pasado la idea de que el ser apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro es un grado y un título que refleja nuestra importancia sobre las demás personas.
¿Por qué muchas veces nos tragamos esa mentira? Porque en nuestro corazón hay orgullo y eso nos lleva a querer ser mejores que nuestros congéneres.
De ahí pasamos a esforzarnos en «aumentar nuestra gloria, fama, fortuna, etc.». También seguimos y aplaudimos a otros que «han aumentado su gloria, fama, fortuna, etc.» y pasamos a idolatrar a hombres corruptos. Sobre todo, aumentamos su fama, gloria y fortuna.
Hacer eso es pisotear la sangre de Cristo, derramada para redención del hombre y no para la gloria de gente corrompida por el orgullo.
Arrepintámonos, porque hemos permitido que el orgullo nos nublara la vista, apartándonos del verdadero propósito y único llamado: predicar el Reino de Dios para salvación del ser humano.
Este privilegio fue deseado por los ángeles y se les negó.
Ser instrumento para que una persona cambie su destino eterno de perdición a salvación es un privilegio asombroso.
Medita sobre esto: ese privilegio no sería posible si no fuera por SU gracia.
Nosotros no tenemos mérito en ello. Por lo tanto, ejercer o servir como apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro es un privilegio que NOS HA SIDO DADO por el Señor del Universo. Frente a eso solo nos queda pedir perdón por dejarnos distraer. Luego, agradecer, adorar, e ir y predicar el evangelio a toda criatura, empezando hoy mismo.