Si observamos la historia de Jeremías, llegaremos a la conclusión que Dios le falló a ese gran profeta.
Cuando lo llamó, Dios le dijo: «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones… Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.» (Jeremías 1:5, 9-10) (Negrita añadida)
Pero luego vemos que su «carrera» como profeta fue, aparentemente, poco fructífera: «Desde el año trece de Josías hijo de Amón, rey de Judá, hasta este día, que son veintitrés años, ha venido a mí palabra de Jehová, y he hablado desde temprano y sin cesar; pero no oísteis.» (Jeremías 25:3) La gente no le hizo caso en nada durante veintitrés años de predicación. Eso desespera a cualquiera.
Jeremías llegó a tal punto de frustración, que se quejó a Dios, diciendo: «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día.
«Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.» (Jeremías 20:7-9)
Quería dejar de hablar del Señor, pero no pudo, porque el llamado de Dios en él era más fuerte que su frustración; su depresión.
Más adelante, leemos sobre lo más íntimo en el corazón de Jeremías: «Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito. Maldito el hombre que dio nuevas a mi padre, diciendo: hijo varón te ha nacido, haciéndole alegrarse así mucho.
«Y sea el tal hombre como las ciudades que asoló Jehová, y no se arrepintió; oiga gritos de mañana, y voces a mediodía, porque no me mató en el vientre, y mi madre me hubiera sido mi sepulcro, y su vientre embarazado para siempre.
¿Para qué salí del vientre? ¿Para ver trabajo y dolor, y que mis días se gastasen en afrenta?» (Jeremías 20:14-18)
¿Quién de nosotros no ha sentido esa frustración que a veces nos ataca ante un «ministerio fracasado»?
Encima, Dios no le dijo nada a Jeremías. No lo alentó, no le dijo que tuviera paciencia ni le reveló nada. Tampoco le dijo que había hecho bien su trabajo y que el fracaso se debía al corazón duro de la gente.
La respuesta de Dios fue la más dura posible: el silencio.
Si nos fijamos, aunque Dios le dijo a Jeremías que sería «profeta a las naciones», Jeremías no salió de Jerusalén, ni aun cuando los judíos fueron llevados a Babilonia.
Entonces… ¡¡¡DIOS LE FALLÓ A JEREMÍAS!!!
¿Quién puede decir lo contrario?
Pero, ¡¡espera!! Veamos algunos hechos.
Jeremías vivió entre el 650 a 586 A.C. Es decir, hace 2.600 años.
La Biblia ha sido traducida hasta hoy a unas 2.500 lenguas. Hay 7.000 millones de habitantes en la Tierra hoy día, de los cuales, al menos un tercio se confiesa cristiano.
¿Qué escritor no soñaría con que su mensaje permaneciera como el libro más vendido por 2.600 años, se tradujera a 2.500 idiomas y llegara a 2.000 millones de personas en solamente una generación?
¡¡¡Pues esa es la envergadura de la difusión del mensaje de Jeremías!!!
Es decir, Jeremías ha estado siendo profeta a las naciones durante 2.600 años; a todas las naciones; a un tercio de la población humana y en 2.500 idiomas.
Podríamos entonces decir que realmente Dios NO LE FALLÓ A JEREMÍAS.
La pregunta que surge entonces es: ¿por qué lo hizo así y el pobre Jeremías no lo pudo vislumbrar o disfrutar?
La respuesta podría estar en otras preguntas: ¿Qué hubiera pasado con Jeremías si supiera que su mensaje tendría tal difusión?
¿Qué persona aguantaría tamaño peso sin sucumbir al orgullo?
De estas reflexiones sacamos algunas conclusiones interesantes y alentadoras:
- Dios actuó para bendecir al mundo a través de Jeremías, sin que Jeremías supiese el alcance de esa actuación.
- Dios preservó a Jeremías de caer en el orgullo.
- Dios mostró al mundo que es capaz de actuar CON un ser humano, A PESAR del ser humano, porque ÉL ES DIOS.
Solo podemos adorarle y agradecer por lo que sea que decida hacer CON nosotros y A PESAR de nosotros. Es un privilegio indescriptible servirle.