Los nazis asesinaron a toda la familia de Viktor Frankl, un psiquiatra superviviente. Terminada la guerra, se le preguntó si odiaba a la raza alemana. Viktor contestó que no, añadiendo: «Solo hay dos razas: los decentes y los indecentes».
Dennis Prager, en una intervención que hizo para universitarios, dijo que el siglo XX fue el más sangriento de todos y planteó la siguiente explicación: «Esa situación no se debió a que hubiera más personas malas que buenas, o indecentes, que decentes, en palabras de Viktor.
La diferencia la hizo el que más gente creyera en ideas malas, que la que creyera en las buenas.»
Tanto los nazis, como los comunistas, pasando por los terroristas islámicos y los corruptos, por ejemplo, son personas normales, que creen en malas ideas, según Prager.
A lo largo del siglo XX, satanás, por medio de sus servidores, se ha empeñado a fondo en llevar a cabo lo que se denomina la «guerra silenciosa».
Aunque en mi libro «La Clave: Maranata» lo explico más en detalle, puedes entender algo de lo que significa esa guerra, entrando en el siguiente audio: La Guerra Silenciosa.
Hay dos cosas importantes que se están perdiendo en el campo de las ideas:
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El uso de las palabras
Si no conocemos el significado de las palabras que utilizamos, acabaremos sin poder siquiera pensar. Si alguien dice que una persona es «connivente con el error» y la que le escucha no sabe qué es «connivente», se perderá el sentido de la frase. Por otro lado, si la persona quiere pensar conceptos, pero desconoce las palabras que los expresan, no es capaz de discernir sus propios pensamientos.
En este campo, pienso que el uso generalizado de los medios tecnológicos de comunicación exprés, la falta del hábito de la lectura y las redes sociales, han enseñado a la gente a comunicarse con parquedad de vocablos y sin ninguna puntuación. La puntuación es importante para expresar las ideas.
El leer nos permite meditar mucho más que el ver imágenes. Leemos a nuestro ritmo y podemos parar a cualquier momento para reflexionar sobre lo que se nos dice, mientras que, aunque un vídeo está bien, muchas veces no nos da tiempo para meditar, porque las imágenes y sonidos se suceden sin parar.
Por eso se nos ha educado como una sociedad aborregada ante mensajes de vídeo de 15 segundos, que es lo que dura un anuncio.
Celemos por el uso del idioma, leamos y meditemos. Recuperemos la capacidad de pensar y expresarnos. Esa es una importantísima herramienta para no dejarnos aborregar.
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El Conocimiento de Dios
El otro aspecto importante y vital que se ha perdido mucho en este siglo XX, ha sido el conocimiento de Dios.
No me refiero a tener una religión, practicar espiritualidad o hacer parte de un grupo, el que sea.
Me refiero a conocer a Dios directamente. No por intermediarios o por «cultura» religiosa, sino por comunicarse con Él, escucharlo, experimentarlo, disfrutarlo, conocer sus leyes y mandamientos y obedecerle.
La gente se ha enganchado a la televisión, Internet, Smartphone y tabletas y ha dejado de leer la Biblia y meditar en ella.
Sin duda, estos dos aspectos han marcado una enorme diferencia para que pudiera inculcar «malas ideas» en las personas y éstas pasaran a comportarse de forma perversa.
Dice la Biblia: «También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios» (2 Timoteo 3:1-4)
Está en nosotros elegir con qué tipo de ideas llenaremos nuestro pensamiento. Está en nosotros ser un tipo u otro de personas: las decentes o las indecentes. También está en nosotros el compartir ideas buenas con la gente que nos rodea, en vez de participar de sus chismes, de sus malas conversaciones, de sus ideas corrompidas.
«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» (Romanos 12:2)