El que debe es esclavo
Cuando una empresa contrata a alguien, esa persona primero trabaja y, al final de un periodo semanal o mensual, se le paga el sueldo correspondiente. Es decir, al final del periodo, la empresa es deudora de ese trabajador y debe pagarle por la obra hecha.
Así funciona también la religión. El adepto enciende una vela a un ídolo y le reza unos mantras (rezos repetitivos), le hace una reverencia, y se va. Ahora es el ídolo quien le debe al adepto un favor. El religioso paga por favores de la «divinidad» a la que honra y con ello compra su voluntad.
Eso es lo que está explicando Pablo en Romanos 4:4: «Al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda.» Aquí, Pablo deja claro por qué somos salvos por fe y no por obras.
Si para ser salvos, valieran nuestras obras, entonces Dios sería deudor nuestro.
El verdadero agraviado
Todo el contexto Bíblico nos enseña que Dios no es deudor de nadie, sino que por el contrario, todos le debemos todo a Él. No hay nada que podamos hacer, en conjunto o individualmente, que pueda comprar Su favor o gracia.
Nosotros pecamos contra Dios y fuimos destituidos de Su gloria, perdiendo la condición de poder estar en Su presencia.
Él fue el agraviado y Él es el Juez. Es también el legislador y a quien tenemos que prestar cuentas. Él estableció el precio a pagar por la transgresión y, por Su misericordia, puso el Cordero que fue sacrificado en nuestro lugar.
Es decir, los deudores somos nosotros: los seres humanos.
Temor al arrebatamiento de la Iglesia
Hoy día, hablando del tema más candente en el mundo, la inminente venida de Cristo a por Su Iglesia, veo que muchos se ponen nerviosos. Creo percibir que, de repente, se han dado cuenta que no se sienten limpios como para ser llevados con Cristo.
La Biblia dice que si confesamos nuestros pecados, Dios nos limpia de toda maldad. Por lo tanto, si DE VERDAD creemos que el sacrificio de Cristo fue aceptado para pagar por nuestros pecados, ¿por qué pensar que no estamos limpios?
Sentir ese temor, puede ser síntoma de falta de fe. O bien no creemos que realmente la sangre derramada por Cristo es válida para pagar por TODOS nuestros pecados, o bien no creemos que Dios nos ha perdonado.
Si tenemos esa sensación de que tenemos que hacer algo, puede ser que nuestra fe no sea tan sólida como pudiéramos pensar. O pudiera ser que no estamos descansados en la obra de Cristo en la cruz, sino que todavía dependemos de religión (nuestras obras) para sentirnos salvos.
Esta cuestión es crucial. Por ello, si sientes algún tipo de inquietud sobre si te irías o no con Cristo cuando venga a por Su Iglesia, considera lo que dijo Pablo: «Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.» (Romanos 4:5).
Si crees que todavía confías en tus obras para ser salvo, ponte delante de Dios urgentemente y soluciona el tema.
Ora como hizo el salmista: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.» (Salmos 139:23-24)
Dios todavía tiene su mano extendida para salvar, pero falta muy, muy poco para que el Señor Jesús llame a Su Iglesia a Su presencia. sé diligente en arreglar esto con Él, porque el tiempo se acorta rápidamente.
¡¡Maranata!!