En el artículo anterior, hablamos sobre la autoridad que proviene de Dios. En este, vamos a considerar el llamado.
Jesús es Quien hace el llamado para que sirvamos en Su Reino, para edificación de Su Iglesia, y el Espíritu Santo es el que da los dones para cumplir con el llamado.
¿Cómo podemos saber cuál es nuestro llamado?
Dios hace todo con sabiduría y orden. Por eso, al crearnos, nos ha hecho únicos, para diferentes funciones.
Si tan solo observas cuales son las cosas que siempre te gustaron hacer, podrás tener una pista de a qué estás llamado. Dios suele trabajar con nosotros en lo natural y solo se manifiesta de forma sobrenatural en momentos puntuales. Si Dios actuara con nosotros siempre en lo sobrenatural, estaríamos histéricos y alarmados por cuál podría ser el próximo paso.
Veamos un ejemplo de cómo tener pistas sobre nuestro llamado:
- Digamos que has nacido con una voz preciosa, una capacidad de afinación especial y te gusta mucho la música. Es muy probable que te haya llamado a servirle por medio del canto.
- Digamos que tienes una gran compasión por animalillos que sufren o personas, y que te gusta cuidar a tus hermanos o amigos. Es probable que estés llamado a pastorear a otros.
- Si por ejemplo eres muy locuaz expresándote, tienes habilidad para transmitir una idea y con ello entusiasmar y llevar a la acción a otros, es probable que el Señor te haya llamado para liderar.
Estas son solo pequeñas pistas. No se pretende con esto sentar un dogma o establecerlo como canon científico/teológico. Es una de las herramientas para ir observando la obra de Dios en tu vida.
Jesús dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.» (Juan 5:19)
Este es un principio en el Reino de Dios. Por lo tanto, si quieres saber qué has sido llamado a hacer, observa lo que el Padre ha hecho en ti desde que naciste.
Confusión sobre «ministerios»
A veces la gente dice: «Mi ministerio es de mimo», «Tengo el ministerio de levita», «Mi ministerio es de predicador itinerante».
¡Error! Esos «ministerios» no existen en la Palabra. Los ministerios son cinco: apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro.
Antes de seguir, una aclaración sobre el «ministerio de levita». Para los hijos de Dios, que ahora somos «reyes y sacerdotes para Dios», vemos en Hebreos que estamos bajo el sacerdocio de Melquisedec y no más bajo el Aarónico.
En el sacerdocio Aarónico, solo el sumo sacerdote entraba en la presencia de Dios una vez al año y solo una persona lo ejercía.
Bajo el Nuevo Pacto, todos somos sacerdotes para Dios, nuestro Sumo Sacerdote es Cristo y podemos entrar TODOS en la presencia de Dios por el tiempo que queramos, cuándo queramos, para lo que queramos. (Hebreos 4).
Por lo tanto, el sacerdocio LEVÍTICO también fue abolido. Así que un hijo de Dios hoy día NO PUEDE SER UN LEVITA. Muchas veces, los que dicen «soy un levita», acompañan la frase con un tono pomposo, como si flotara por encima de las nubes sobre los demás mortales. Sin comentarios. El oficio de los levitas fue abolido cuando Cristo cumplió la Ley.
Volviendo a los demás ministerios mencionados antes, no tienes un «ministerio de predicador itinerante», sino que tal vez tengas un llamado al ministerio profético y el Señor te lleva a distintos lugares a hablar de un tema profético. O tal vez seas un maestro, que enseña en varios sitios.
Puede que sirvas como mimo, haciendo espectáculos evangelísticos en las calles u hospitales. Pero no tienes el «ministerio de mimo», sino que ejerces la función/ministerio de evangelista, usando como herramienta una actuación de mimo.
Servir fundamentados en principios divinos
Sin duda se podrían decir mucho más sobre llamado, ya que el tema es profundo. Pero quiero enfocar nuestra atención en algunos principios a tener en cuenta para responder al llamado del Señor.
«Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.» (Eclesiastés 9:10)
Este versículo nos habla de tener buena disposición para servir y aprovechar el tiempo. No despreciemos oportunidades de testificar de Cristo, aunque algunas cosas nos parezcan pequeñas. Acordémonos que el Espíritu Santo es Quien da el crecimiento y algo aparentemente pequeño puede ser muy importante (Me acuerdo de la gran lección que nos sigue dando la viuda que ofrendó solamente dos blancas – Lucas 12:42),
Veamos como recompensa el Señor la fidelidad.
«Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré.» (Mateo 25:21)
«El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel.» (Lucas 16:10)
El Señor mira el detalle: la fidelidad.
No se trata de hacer mucho, de estar al frente de una gran congregación, de influenciar sobre muchas personas, sino de ser fiel y hacer lo poco, como si fuera todo en el Reino de Dios. Se trata de hacerlo con amor para el Señor Jesús y para edificación de Su Cuerpo. No para ser salvos, sino porque somos salvos.
Debemos servir motivados por el amor y con sencillez de corazón, no buscando la honra de los hombres, sino considerando los principios del Señor.
«Si tú de mañana buscares a Dios, y rogares al Todopoderoso; Si fueres limpio y recto, ciertamente luego se despertará por ti, y hará próspera la morada de tu justicia. Y aunque tu principio haya sido pequeño, Tu postrer estado será muy grande.» (Job 8:5-7)
Para Dios no importa si sirves en un ámbito pequeño o grande, sino que lo hagas con la motivación correcta, fundamentado en Sus principios. Si obras así, todo prosperará, ya que otro principio es que «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado.» (Mateo 13:33)
Trabaja con alegría, sabiendo que Dios es justo y lo observa todo, dando la justa recompensa por cada esfuerzo.
«Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.» (Hebreos 6:10)
Servir a Dios es un privilegio incalculable. No permitamos que se corrompa nuestro llamado, transformando una oportunidad de servicio en un título del cual enorgullecernos injustificadamente.
Cultivemos en nosotros la humildad del Maestro, quien nos invita a aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. Celemos por nuestro llamado, porque no hay tarea más importante que podamos hacer que servir al Rey de reyes y Señor de señores: Jesucristo.