Los que suelen leer lo que escribo, saben que hago mucho hincapié en el buen uso de las palabras, porque de ello dependen nuestros pensamientos.
Un ejemplo fácil: millones de católicos practican la idolatría, adorando a una mujer: María. Lo hacen no por ofender a Dios, sino porque aman a «su madre».
El error no está en «amar a la madre de Dios», sino en que DIOS NO TIENE MADRE.
Jesús es Dios y nosotros, incluida María, Sus criaturas. Las criaturas tenemos origen en el Creador y no al revés. Por lo tanto, Jesús, como Dios, no tiene madre, sino solo Jesús en su faceta humana. Así pues, es una blasfemia decir que María es madre de Dios, porque eso anularía la eternidad de Éste, y por ende, su Deidad.
Este pequeño ejemplo nos muestra cómo un «pequeño» error en el empleo de las palabras, nos puede llevar a la perdición eterna, por idólatras de la criatura.
Ahora veamos otras cosas que vendría bien corregir en el vocabulario de uso habitual en el medio evangélico/protestante:
Solemos decir, «vamos a la iglesia». Al hacerlo, vamos sedimentando en nuestro subconsciente y en el de quienes nos oyen, especialmente el de nuestros hijos, que el local físico es «la» «iglesia».
¿Cuál es el problema?
La Iglesia, con mayúscula porque es única, es La Iglesia de Cristo, porque Él pagó por ella con Su sangre.
De esa Iglesia, somos parte cada persona que hemos creído a Cristo y lo confesamos como nuestro Señor y Salvador. «Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.» (Romanos 10:10)
Eso, apoyado por la idea antigua establecida por el paganismo de que el templo o local físico de culto era la «iglesia», acaba anulando en nuestras mentes el hecho fundamental de que NOSOTROS/CADA UNO somos parte de La Iglesia y acabamos confiriendo al lugar un estatus que no debe tener.
Luego se oyen barbaridades como «voy a la casa del Señor». Eso es blasfemia, puesto que el Señor no mora en un local, sino en nuestro interior. «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas.» (Hechos 17:24)
¿Por qué es importante eso?
En cuanto a nosotros, es importante porque, recordar una y otra vez que NOSOTROS somos La Iglesia de Cristo, nos recuerda todo lo que ello conlleva:
- la obligación y privilegio de predicar el Evangelio (Marcos 16:15)
- el privilegio de ser sacerdotes para Dios, pudiendo entrar al trono de la gracia a cualquier momento que queramos (Apocalipsis 1:6, Hebreos 4:14-16)
- el acordarnos que hemos sido bendecidos con toda bendición de lo alto en Cristo Jesús (Efesios 1:3)
- el recordar que somos coherederos con Cristo (Romanos 8:17)
y un larguísimo etc.
Solemos también decir algo como «oremos para que abran los aires y nuestras oraciones pasen al Trono de Dios».
Eso es un CONCEPTO PAGANO.
Los hijos de Dios no necesitamos «abrir los aires» para que nuestras oraciones pasen. Padre, Hijo y Espíritu Santo habitan en nuestro interior y nosotros somos sacerdotes del Dios Altísimo. Por lo tanto, no necesitamos que nuestras oraciones salgan siquiera de nuestro interior.
El hijo de Dios está PERMANENTEMENTE ligado a Dios en espíritu y por ello no hace falta «hacer conexión», como si estableciéramos una llamada telefónica o enviáramos un SMS. Solo tenemos que hablar con Él, porque ya estamos/somos el Templo donde Él habita.
«Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.» (Isaías 57:15)
Otro concepto erróneo: «vamos a adorar a Dios como levitas que somos».
Los levitas eran descendientes de la tribu de Leví, que servían en el Templo, entre otras cosas, alabando con instrumentos y cantos
Muchos hoy día, especialmente si hacen parte del equipo de alabanza de la congregación, se dicen «levitas», con un aire religioso/pomposo/cuasi místico.
Bueno, pues eso es una solemne ignorancia y falta de conciencia a la luz del sacrificio de Cristo en la cruz.
Todo el contexto del Templo en el pasado, incluido el sacerdocio levítico, era sombra de lo que había de venir. Tengamos en cuenta que entre el pueblo, no todos leían y no todos tenían manuscritos de las Escrituras.
Por ello, Dios los llevó a practicar lo que tendríamos luego cuando viniera el Cordero Santo de Dios, estableciendo las fiestas, que anunciaban al Redentor que vendría. Así, aunque una persona no leyera las Escrituras, sabría perfectamente que vendría un Redentor y qué representaba.
Por lo tanto, los levitas eran parte de ese contexto de escenificación de la redención prometida.
Pero, una vez venido el Señor Jesús, muerto en la cruz y luego resucitado, las cosas cambiaron radicalmente.
Tras unos días más en la Tierra, ascendió, enviando al Espíritu Santo para morar en nosotros y darnos poder para testificar de las Buenas Nuevas.
Eso hizo toda la diferencia. Entre otras cosas, ya no existen los levitas, máxime para creyentes procedentes del medio gentil (no judío).
La Palabra dice que en Cristo fuimos hechos sacerdotes según el sacerdocio de Melquisedec, que es un sacerdocio superior al de Leví y es eterno. (Hebreos 5, 6 y 7)
Por lo tanto, ahora adoramos en espíritu y en verdad, porque el Espíritu de Dios habita en nosotros y ejercemos otro sacerdocio.
Además, el hijo de Dios debe adorar a Dios no solo en esos 45 minutos de «alabanza» que se practica los domingos en las congregaciones, sino que debe ir mucho más allá. Su forma de vivir debe ser una constante adoración a Dios.
Si a lo largo de las 24 horas de cada día del año no vivimos honrando a Cristo, ¿pensamos que agradaremos a Dios porque cantemos una serie de canciones una vez a la semana frente a toda la congregación?
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a aprehender el profundo significado de Hebreos 1:10, para que entendamos nuestro papel de sacerdocio ante Dios y lo ejerzamos con la responsabilidad que se debe.
Estos son solo algunos ejemplos de la importancia que tiene el fijarnos bien en el significado de las palabras, para poder entender las Escrituras y vivir de acuerdo a ellas.
Debemos ser cuidadosos con cómo empleamos las palabras, porque ellas marcan la forma como pensamos y, en consecuencia, cómo vivimos; las decisiones que tomamos. Las decisiones que tomamos, marcan nuestra vida en esta Tierra y en la eternidad. Recordemos los millones de personas que idolatran a María, pensando que es la madre de Dios, sin darse cuenta que Dios NO TIENE MADRE.