Sabemos que los hijos de Dios no necesitamos hacer sacrificios, porque la sangre de Jesús derramada en la cruz sirve para borrar todos los pecados, y su efecto es eterno. Solo se hizo una vez y no hace falta volverla a derramar. De hecho, la Biblia nos enseña que intentar simular ese sacrificio nuevamente es pecado.
Pero el ser humano insiste en seguir cumpliendo rituales tradicionales. Incluso en el medio llamado «evangélico», se siguen practicando muchas tradiciones paganas y si se intenta llamar la atención para ello, se levantan en ira.
Como ejemplos evidentes podríamos poner la celebración de la navidad y de la pascua con los huevos de chocolate. Hay otras tradiciones paganas menos evidentes como la forma en que la gente celebra una boda o las alianzas que se pone. Pero entrar en detalle sobre ello sería parte de otro artículo.
Hoy quiero resaltar por qué es importante para los demonios que mantengamos las tradiciones.
Como ningún sacrificio tiene validez eterna, como sí es el caso de la sangre del Cordero Santo de Dios, Jesucristo, los demonios necesitan que la gente ofrezca sacrificios una y otra vez, para que no se olviden de sus pactos.
Así es que se inventan las «fiestas patronales», de las que participan muchos «evangélicos» sin conocer a fondo sus implicaciones. En esas fiestas se establecen «tradiciones», como puede ser comer la «mona de pascua» o churros.
No importa cuál es la comida que se come en ese contexto. Lo importante es que esas fiestas están afianzando en la sociedad los pactos hechos con esos demonios que se homenajean en la fiesta en cuestión. Por eso no debemos ni siquiera comer algo en una de esas celebraciones.
«Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?» (1 Corintios 10:20-22)
Cuando una persona honra a un demonio en la figura de un ídolo, le está dando poder a ese demonio. ¿Por qué? Porque está poniendo su confianza en ese demonio en vez de en Dios.
A partir de ese momento, el demonio pasa a actuar sobre la vida de la persona. Se crean vendas mágicas (Ezequiel 13:18-23), y la persona pasa a ser prisionera de un control mental que los demonios ejercen sobre ella. A partir de ahí, la caída puede ir en picado, a no ser que la persona se arrepienta y el Señor rompa esas vendas mágicas.
Fijémonos que en Ezequiel dice que Dios es quien rompe esas vendas mágicas, que han sido tejidas para atrapar las almas de las personas.
Cuando una persona está bajo la influencia de vendas mágicas, se enfada mucho si se le cuestionan las tradiciones que respeta. Eso ocurre, por cierto, con cualquier persona, incluidas las que se confiesan «evangélicas», porque todo aquel que se somete a las tradiciones inspiradas en el paganismo tiene vendas mágicas.
Se enfadan porque tienen temor. La persona que se somete a rituales y tradiciones, invalida en su vida el mandamiento de Dios y en su lugar permite que el miedo a ofender a la «deidad» la domine.
Porque la persona ha decidido escoger lo falso en vez de lo verdadero, se expone a ser engañada y ese engaño es un embrujo del que no se podrá librar, a no ser que la libre Dios mismo.
Este tema es muy amplio, pero quisiera resumir lo considerado aquí. Las tradiciones nunca fueron establecidas por Dios. Nos relacionamos con Dios porque Su Espíritu Santo habita en nosotros y lo hacemos en base al sacrificio eterno de Jesucristo, Su Hijo Amado, que valió una vez y para siempre.
Por lo tanto, no tenemos que ofrecer sacrificios, ni aunque sea el proponernos ir puntualmente al culto todos los domingos del año. Si eso lo hacemos por amor a Dios, está bien. Si lo hacemos por temor a ofenderle si fallamos, es tradición y religión.
Andemos en la libertad con la que nos libertó Cristo y dejemos de practicar la tradición de hombres y demonios.
La tradición es un tema de control mental y su fin es atrapar las almas al vuelo, como nos cuenta Ezequiel. Por ello Jesús habló tan duro al respecto:
«Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.» (Marcos 7:9)