Una de las cosas más importantes para el ser humano, más que comer o vestirse incluso, es tener una meta.
Todos necesitamos sentirnos útiles y tener la sensación de que lo que estamos haciendo vale para algo.
Un castigo antiguo consiste en hacer con que una persona saque agua de un recipiente y llene otro que esté a una distancia no muy grande. Cuando termine de llenarlo, debe devolver el agua a la tinaja original, y vuelta a empezar. Pasado poco tiempo, el estado psicológico de esa persona se viene abajo.
¿Por qué? Porque la tarea es inútil. Por ello, tener una meta es fundamental en la vida.
En el ámbito del Cuerpo de Cristo, nuestra meta quedó bien definida cuando dijo Jesús: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11:29)
Pablo lo completa cuando explica en Efesios 4:10-16:
«El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.
«Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
«para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.»
Si nos fijamos, Jesús nos dio la pista de cómo empezar el camino hacia la meta: ser manso y humildes, COMO ÉL. Es decir, empezar a mirarlo para parecernos a Él en su carácter.
Pablo lo amplía, diciendo cómo Jesús organizó su Iglesia con una meta: llegar a la unidad de la fe, al conocimiento de Jesús, a la estatura de la plenitud de Cristo.
Sabemos que satanás siempre tuerce el mensaje de la Biblia para desviar al hombre de los propósitos de Dios.
En este caso, ha puesto el foco en las funciones y las ha transformado en «títulos honoríficos», dándoles una jerarquía que la Biblia no enseña. Luego, apoyándose en la plataforma bien nutrida del orgullo que hay en el corazón humano, se ha aupado sobre el veneno que le dio a probar al hombre en el Edén: «seréis como Dios».
A partir de ahí, los corazones orgullosos han puesto su meta en SER más que los demás. De esa idea han surgido verdaderas aberraciones, como esa miríada de falsos ministros que sojuzgan al pueblo y comercian con sus almas.
Desviada la atención, ancho es el camino que lleva a la perdición.
Por lo tanto, volvamos a enfocar nuestra mirada sobre el camino estrecho, para encontrar nuevamente la meta que Dios Padre estableció: ser como el varón perfecto, que es Cristo. Pero no pensar que seremos Dios, puesto que Él es del género divino y nosotros no lo somos, porque somos del género humano.
Enfoquemos bien: se trata de CONOCER al Hijo de Dios y llegar a la medida de su estatura de varón perfecto. Es decir, aprender de Él a ser humildes y mansos. Acordémonos que por esa mansedumbre y humildad fue que Él obedeció hasta la muerte.
¿Queremos de verdad ser discípulos de Cristo aunque la meta nos pueda llevar a obedecer hasta la muerte, y muerte de cruz?